Demasiado bueno para ser verdad: el verdadero coste del hidrógeno verde en Chile

Ene 3, 2024

Annual meeting of the Chango people of the Antofagasta Region, Cachinales beach, Taltal, April 28, 2023.Credit: Sustentarse

Reunión del pueblo Chango de la Región de Antofagasta, Taltal, 28 de abril de 2023. Crédito: Sustentarse

 

Brenda Gutiérrez está luchando por el más simple, pero a la vez más complejo de los derechos: el derecho a existir. Sólo en octubre de 2020, el gobierno chileno reconoció por fin a su comunidad, el Pueblo Chango, como el décimo grupo indígena del país. Fue el resultado de una larga y ardua batalla, liderada por activistas de base que crecieron sabiendo que pertenecían al «Pueblo Chango», a pesar de que las autoridades decían que su pueblo ya se había extinguido.

Sin embargo, a pesar de este reconocimiento formal, su derecho a existir sigue amenazado. El pueblo Chango vive en la llamada «zona de sacrificio», donde las inversiones supuestamente verdes están dañando un ecosistema ya de por sí frágil y poniendo en peligro sus medios de subsistencia.

Junto con la región austral de Magallanes, Antofagasta es un centro energético clave. Situada en el norte de Chile, entre el desierto y el mar, esta tierra es rica en recursos minerales y alberga ya numerosas fábricas y plantas energéticas. Para las comunidades indígenas locales, la llegada del hidrógeno verde es sólo la última gota de una larga historia de explotación.

«Dicen que el hidrógeno verde es fantástico y que no nos va a perjudicar, pero eso son sólo mentiras», dice Brenda. «Sólo los países que lo importen obtendrán algunos beneficios, pero ¿qué vamos a obtener nosotros? Sólo nos quedarán los riesgos, la contaminación, las enfermedades».

Calificado como la energía del futuro, el hidrógeno verde se presenta como un combustible que tiene el potencial de permitir la tan necesaria transición energética, dejando por atrás los combustibles fósiles. Se produce mediante la electrólisis del agua, descomponiendo sus moléculas a través de un proceso que puede alimentarse íntegramente con energías renovables. Y una vez creada la infraestructura, el hidrógeno verde y su derivado (el amoníaco, componente clave de muchos fertilizantes) pueden exportarse a un coste relativamente bajo.

Según el Banco Mundial, que acaba de aprobar un préstamo de 150 millones de dólares, la Instalación de Hidrógeno Verde de Chile «beneficiará principalmente a las comunidades locales donde se producirá y utilizará hidrógeno limpio, y ayudará a crear empleos verdes, estimular la economía y descarbonizar las industrias locales». Pero esto es demasiado bueno para ser verdad: varias organizaciones locales e internacionales, como la ONG chilena Sustentarse, están denunciando cómo los proyectos de hidrógeno verde no son limpios, están perturbando las economías locales y benefician principalmente a empresas extranjeras.

«El Banco Mundial y otros bancos de desarrollo deberían ser más cautos y proceder con buena gobernanza a la hora de invertir en hidrógeno verde», escriben Maia Seeger (directora de Sustentarse), y Alison Doig (Recourse), en un reciente artículo para Energy Monitor.

En el artículo de opinión, Seeger y Doig también destacan otra paradoja: aunque Chile quiere convertirse en el primer productor mundial de hidrógeno verde para 2030, el 70 % de la energía para su consumo nacional sigue dependiendo de los combustibles fósiles. La paradoja es aún más cruda en Namibia, que exportará hidrógeno verde a Europa, a pesar de que el 45 % de la población local no tiene acceso a la energía.

Además, actualmente se está planificando la construcción de instalaciones de hidrógeno verde sobre la base de previsiones muy optimistas, pero los expertos advierten de un posible exceso de oferta, dadas las incertidumbres sobre los costes y la eficacia.

Brenda Gutiérrez during a protest, during the Finance in Common Summit in Colombia (September 2023).

Brenda Gutiérrez during a protest, during the Finance in Common Summit in Colombia (September 2023).

Brenda cuenta que en su región se están planificando unos 15 proyectos de energía «renovable» – financiados por bancos de desarrollo como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), entre otros – pero recibir información accesible es muy difícil. Recientemente, por ejemplo, su comunidad consiguió acceder a un documento preparatorio sobre la construcción de una nueva presa hidroeléctrica: pero era un documento de miles de páginas, escrito en un lenguaje muy técnico, imposible de entender. Y como sólo un número muy limitado de personas ha sido reconocido formalmente como perteneciente al Pueblo Chango, hasta ahora no se está exigiendo a las empresas que cumplan las salvaguardias y los requisitos de consulta más estrictos reservados a los territorios con pueblos indígenas.

Según un informe publicado por Recourse y cuya autora es Maia Seeger, «algunas comunas de la región de Antofagasta ya han sufrido durante décadas altos niveles de contaminación debido a un gran número de centrales térmicas, pero esta deuda histórica no ha sido reconocida y las comunidades locales ni siquiera han sido informadas de los planes para desarrollar aquí esta nueva industria hidroeléctrica verde».

Además, a menudo los proyectos se presentan como aislados, sin reconocer sus impactos acumulativos. La industria verde del hidrógeno, por ejemplo, requiere enormes cantidades de agua dulce y energía. En Antofagasta, esto significa que las empresas se están apresurando a construir nuevas plantas solares, eólicas e hidroeléctricas, así como sistemas de desalinización que pueden afectar gravemente al ecosistema costero y a los medios de subsistencia de los pueblos pesqueros locales. La producción y el transporte de amoníaco también están suscitando muchas inquietudes entre el Pueblos Chango, pero falta mucha información sobre los posibles riesgos.

Estos proyectos también pueden desplazar a las comunidades locales y afectar a sus derechos culturales.

«Nuestra historia se ha interrumpido», dice Brenda. «Estamos intentando salvar nuestra lengua, nuestras tradiciones, los relatos de nuestros ancianos, la riqueza de nuestra cultura. Pero estos proyectos se están construyendo donde están nuestros yacimientos arqueológicos, y eso no les importa. Nos gustaría cartografiar los yacimientos y construir aquí un museo, pero nos están quitando nuestras tierras».

A pesar de los escasísimos recursos y de las dificultades, Brenda y las/los demás activistas reunidos en el Consejo Regional de Antofagasta siguen luchando por defender sus derechos. Están presionando a las embajadas europeas, celebrando reuniones de sensibilización y organizando protestas.

«Mi sueño es dejar a mis hijos y sobrinos la posibilidad de vivir con dignidad, en un entorno limpio», dice Brenda. «Si seguimos así, dentro de 30 años tendremos que comprar oxígeno para poder respirar. Lo único que soñamos es un futuro sin contaminación, con aire limpio, tierra limpia, un mar limpio, donde todas y todos puedan vivir en armonía con la naturaleza.»

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